A través de la historia de la Magdalena y desde la perspectiva del universo femenino, la
pieza trata los temas de la guerra, la mujer y la religión. Son entonces las piedras, el
fuego, el alimento, los líquidos: agua, leche y vino, que presentes revelan lo que los
tiempos han transformado: Cuando las mujeres paganas eran divinas o cuando ‘dar la
paz’ era una de las tareas de las “Horæ” o prostitutas sagradas.
La obra se desarrolla en dos planos. El real, donde Magdalena anciana, junto a la gran
olla de papas que esta pelando para un batallón, cuenta la historia de su vida a un
soldado oculto y herido. Es la guerra colombiana, pero puede ser cualquier guerra, allí
donde todas las guerras son iguales.
Con la simbología de los tiempos del matriarcado neolítico hasta nuestros días, el
segundo plano fluye entre lo onírico, el mito y la materialidad de los ciclos orgánicos
femeninos, lugar donde habita el origen y se reflejan las Diosas y sus arquetipos:
Artemis o la virgen guerrera, Afrodita o la Hetaira mujer eternamente enamorada,
Atenea justiciera, Psiche o el alma, Hecate abuela sabia, las Parcas hilanderas del
destino de los hombres y ella, que es una y todas al mismo tiempo, la mujer sacra y
profana, La Magdalena.
“La araña la mujer pensamiento, nombró las cosas y así como las fue nombrando fueron
apareciendo.
Ahora ella está sentada pensando una historia y yo estoy aquí contando la historia que
ella está pensando.
Madre, cuando yo muera que se enteren todos los hombres: He caminado muchos soles
y lo único que hacía era buscar una cara conocida. El espectro de las que me
precedieron y la estela del cabello de las que me seguirán.
Desde mi ojo de agua: Soy la primera y la última.
Soy la honrada y la despreciada.
Soy todas las que fueron quemadas.
Soy la mujer blasfemada.
Soy todas las que fueron apedreadas.
Soy la ungidora, la del portal siempre abierto.”