Transformarme en una luchadora para callar la voz que me persigue diciéndome lo que
tengo que hacer y ser.
Escribirle a mi madre la carta que nunca le pude escribir. Ver mi vida junto a mi hija y
empezar a construir...
Recordar mis viejas charlas con mi perro Firulais, cuando estaba encerrada en mi casa.
Y tocar el piano.
Seguir luchando por mi vida y saber que sin la palabra y las que me acompañan, ya no
estaría aquí.
Mirar la foto de mi hijo detenido y contarles a mis hijos pequeños un sueño. Saber que
él va a volver y seguir...
Ponerme a hacer queso como en mi casa, la verdad es que no sé para qué. Y pedirles
que se dejen de hablar de sus problemas.
No hablar de lo que pasó, pero sí de lo que viví. Que otras mujeres lo escuchen, que
sepan que se puede salir, y hacer justicia... y que después hasta van reírse.
Descubrir entre todas por qué estamos aquí. Y seguir.
Cada una de las mujeres que conforman “Las Poderosas”, sobrevivientes de violencia
de género – pero no víctimas – eligió una historia que aborda la obra. Son historias que
parten de sus caminos de vida, y que fueron recreadas desde su propia palabra y desde
sus propios cuerpos, en un largo proceso de investigación y creación, que incluyó
entrevistas, escritura de textos propios, fotografías, dolores y alegrías. Junto a sus hijas e
hijos, con los que comparten el escenario, desarrollan un trabajo donde lo biográfico se
cruza con lo ficcional, vislumbrándose el camino que han recorrido como grupo y como
mujeres. En la vida y en el teatro. “Ese lugar, que compartimos con nuestras hijas e
hijos, donde se reconstruyen las huellas de lo vivido y lo que nos hemos transformado,
hacia donde queremos ir”.