La muerte del padre. Una de las pruebas de la vida a la cual cada uno de nosotros es llamado. Pero, ¿qué pasa cuando
la muerte no basta para cerrar la relación, cuando uno es perseguido por fantasmas que insisten en no hacer las paces
con los que quedan vivos?
Nuestro Hamlet es un hombre de hoy que, como el personaje de Shakespeare, ha perdido la comprensión del “sí mismo”.
Por su formación escolástica y academicista, Hamlet debería aceptar la muerte de su padre y pasar a lo siguiente, pero la
visión del fantasma lo obliga a enfrentarse con otra concepción del universo. Siguendo la sombra del espíritu, Hamlet con-
sigue atravesar la puerta del desconocido, empezando un viaje que pueda acercarle a sus ancestros y a sus raíces. Des-
cubriendo todo lo que la racionalidad llamaría sueño, fantasía, misterio, superstición o quizá locura, Hamlet espera poder
encontrar una respuesta a sus dudas. Vivir, morir, tal vez soñar. Mientras su cerebro viaja en el más allá, el mundo real se
agrieta a su alrededor y lo que queda es un vacío que no se logra nombrar. Así la frustración y la pérdida de raíces desatarán
en Hamlet una crisis existencial que lo sumergirá en el alcohol.
¿Quién es Hamlet? ¿Soy yo, o eres tú? ¿Es cada uno de nosotros, que nos preguntamos quiénes somos en realidad?
Ser o no ser, esa es la cuestión. Ser qué, quién, y cómo.
Hamlet, de Los Andes presenta el texto shakespeariano como lo perciben los ojos de los actores que lo ponen en escena.
Así las dudas de Hamlet llegan a romper los confines del personaje para cuestionar a los mismos actores en el escenario,
abriendo la obra a una lectura metateatral, compartiendo con el público un espectáculo que encarna la paradoja del teatro
mismo.