Estrenada en 1636 y publicada en 1645, esta obra fue de las más representadas en vida del autor, y de las más imitadas tras
su muerte. Una joya de humor y picaresca que durante el Siglo de Oro fue representada no sólo en los corrales de comedia
de Madrid y de toda España, sino también, en la corte Francesa.
Detrás de la apariencia dieciochesca, se filtra el ritmo y la cadencia que aporta una interpretación peculiar desde la visión del
teatro cubano contemporáneo del texto de Rojas Zorrilla. Las máscaras barrocas se sincretizan en las máscaras coloniales
de un teatro, que en su esplendor de los s. XVIII y XIX, trajo a la escena cubana la tradición del teatro bufo con la consecuente
caricatura, nacida del alma de las propias máscaras.
Del bufo interesa en particular su sistema paródico, su conciencia de la teatralidad y la distorsión verbal que anticipa el teatro
del absurdo. Fascina, principalmente, la galería léxica del bufo, que al igual que en el texto de Rojas Zorrilla, pone al desnudo
la esencia social y humana de los personajes.
La puesta en escena descubre al espectador los amores descarados, promiscuos y, sobre todo interesados, de los personajes. Los galanes contraponen la condición caballeresca que éstos dicen representar a su comportamiento innoble; en
suma, unos caracteres de marcada hipocresía, prototipos de la mala vida, que resultan hasta hilarantes por rayar, a veces,
en el absurdo.
Las criaturas escénicas están atrapadas en un marco temporal y espacial acotado. La escena dibuja una casa llena de es-
tancias, escaleras, habitaciones, pasajes y balcones por los que fluye la acción a través de continuas entradas y salidas.
Un sistema de rígidas normas sociales, una sobrevaloración de las apariencias crea situaciones grotescas donde la falta de
información y el engaño de los sentidos hacen dar cómicos traspiés a caballeros y damas intachables a los que el público
encuentra, al mismo tiempo, admirables y ridículos.